¡El Doctor ha regresado!
La balacera fue espantosa y sangrienta en
la casa campesina. Se desencadenó algo que pudo haberse evitado con un poco de
prudencia y sagacidad, pero ocurrió lo contrario y fatal que dejó tres cadáveres
en el piso. Acababan de matar a un juez y el caso era muy grave. El pueblo se
conmocionó con la noticia y al ver llegar los cadáveres de los asesinados. Vino el velatorio, el abogado en la que fue
su oficina y de los otros en sus casas.
Pasaron los días y las semanas y poco a poco
el incidente fue hacia el olvido. Sólo algunos recordaban después aquel
infausto acontecimiento.
Transcurrió el tiempo y un día llegaron al
pueblo unos niños para vacacionar, disfrutando de día con el sol radiante y el
viento y de noche en la casa a dormir temprano porque las calles con su
oscuridad nada ofrecían, siquiera conversando y contando cuentos.
- Bueno niños, dijo el papá
en la primera noche. Todos a dormir.
Mamá hizo rezar a los cinco chicos, la mayor
de doce años y el último de seis. Como era la costumbre en ese caso, colocaban
colchones en el suelo, almohadas y cobijas, todos juntos en rondador con la luz
de una vela pegada al entablado. Se fueron los papás a un cuarto del primer
piso y los niños quedaron con sus últimos diálogos infantiles. El cuarto era
tan grande que podían caber por lo menos cuarenta, pues había sido hasta hace
poco oficina del juez y al último, lugar de su velatorio. De este detalle los
niños casi nada sabían, además, habían cosas más importantes para ellos.
Serían las diez de la noche cuando Froilán,
el mayor, todavía no lograba conciliar el sueño, pensando en lo que haría el
día siguiente, pescar bagres en el rio con otros chicos o jugar con la pelota
que su papá le había regalado. Sus hermanos dormían.
De pronto, en medio del silencio total, un
sonido le hizo abrir lo ojos y poner atención. Provenía de una pequeña puerta
de una bodega adyacente al cuarto conectada al piso con una grada de tres
escalones. Eran pisadas fuertes, alguien bajaba las gradas, una, dos, tres,
cuatro pasos más y se aproximó a la puerta del improvisado dormitorio, tomó la
armella y abrió un poco la puerta, como observando el interior por unos
instantes. A partir del bajar de gradas, Froilán se cubrió el rostro con la
cobija. Sudor frío. Estaba petrificado, aterrorizado. Sólo faltaba que aquel
visitante misterioso camine un metro y medio más y lo pise en la superficie del
suelo. Habría sido fatal. El ser misterioso cerró la puerta, sonó la aldaba,
dio tres pasos hacia la grada y subió cerrando la puerta.
La noche para Froilán fue interminable.
Apenas cantaron los gallos y aclaró el día, se levantó como una cimbra y
preguntó a sus hermanos:
- ¿Escucharon anoche los
pasos?
Ninguno escucho nada, todos dormían como
lirones. Es decir, el incidente no tuvo más testigos. Fue enseguida a reconocer
la pequeña grada de tres escalones y por una ventana las cosas de adentro: una
silla de montar, una botas viejas de cuero, sogas, vetas y otros enseres. Bajó
apresurado al piso siguiente donde todavía dormían sus padres, golpeó la puerta
y entró.
- ¿Usted papá subió de nuevo
anoche a nuestro cuarto?
La pregunta sorprendió a los padres. Froilán
dijo asustado que no volvería a dormir en ese lugar, que diríamos, de
experiencia paranormal.
El día transcurrió sin novedad ni comentario
alguno. Los niños olvidan pronto sus experiencias, sobre todo cuando no las
comprenden. Pero vino la noche. Ahora a dormir en otro cuarto del mismo segundo
piso, pero distante unos cuatro metros más allá del primero.
Llegó la hora de descansar, puerta asegurada
por dentro, cama general en el suelo, pero más lejos de la puerta. Y oh
sorpresa. Más o menos a la misma hora se repitió el fenómeno: pasos bajando la
grada de la bodega, pasos hacia la puerta, la puerta se abre, se cierra, suena
la aldaba al soltarla, pasos a la grada pequeña, tres pasos hacia arriba y un
sonido de la puerta de la bodega que se cierra. Esta vez había más de un
testigo, María, la hermana de Froilán, de doce años.
- ¡Cierto!, dijo ella.
- ¡El Doctor ha regresado!
César
Pinos Espinoza
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