jueves, 4 de junio de 2015

Reportaje exclusivo: Dos días en La Roca

 
    “Lex, dura Lex”, es la sentencia para todos los que incumplen las reglas sociales establecidas, incluso para los que la cumplen y de pronto asoma la señora Injusticia con su rostro repudiable y grotesco. Así, ladrones, incluso de cuello blanco, traficantes, transgresores de reglamentos viales, asesinos, deudores de obligaciones familiares, violadores, asaltantes de domicilios, lanzas y otros tantos, se dan cita en los mismos lugares, en las prisiones más seguras del Ecuador.

 
     20h00 de un día cualquiera: Juan llega a La Roca conducido por dos policías. No hay resistencia del detenido por conducir sin sus documentos en regla. Momentos antes perdió sus papeles en el baño de un restaurant. La Roca es una ciudad enorme. Se ve de fuera solitaria pero aloja a cerca de 500 individuos hombres y mujeres. En el primer paso nuestro personaje, sereno y a la espera de lo novedoso, presenta sus documentos de identificación, lo obligan a dejar en una bandeja todas sus pertenencias personales, y queda con camisa y pantalón. Luego pasa por filtros que comprueban la tenencia de armas, drogas u objetos metálicos. Dos equipos electrónicos examinan su organismo. Siempre las cámaras lo siguen por cada sitio que pasa. Luego va por otro y otro lugar en donde queda registrado junto al motivo de su detención. No hay posibilidad de escape. Llega a un punto final en donde, si tiene suerte, recibe una cobija o un uniforme naranja en caso de ya estar sentenciado, hasta que llega a la celda asignada. Silencio total, salvo el ruido funesto de la puerta metálica que se cierra a sus espaldas.

 
    Ya está Juan en la celda. Como es temprano y la luz interior apagan a las 10h00, los compañeros lo miran y preguntan: ¿Cómo te llamas? ¿Por qué te traen? El “caporal” le indica el lugar que debe ocupar. Es curioso, tienen un jefe conocido con ese nombre, es quien ordena y debe ser respetado. Impone el aseo, ayuda en algo, lo consultan, lo decide. Después de todo es una autoridad en tales circunstancias. Para el caso de Juan el “caporal” se llama Guillermo, tiene 32 años, se encuentra ya dos meses, le faltan tres para cumplir su pena. Juan pregunta el nombre de los más cercanos y por qué están allí. De igual modo responde a las preguntas de ellos. Es triste la historia de cada uno, las lágrimas no faltan. Es un submundo en donde se mezclan la droga, el delito callejero, la violencia doméstica y el alcohol. En la celda no hay papel ni lápiz, ni televisión ni radio ni reloj, todo queda anotado en el fondo de la conciencia de cada uno. Un caso de emergencia en esos momentos sería fatal porque comunicar al guardia de turno resulta casi imposible, razón por la cual urge dominar la mente y la serenidad personal. Dormir es una misión imposible, además de que se mezclan las energías negativas, el mal olor y el sonido de los insomnes. El baño con tazón de metal y salida de agua ultra rápida, una ducha y un lavabo, se utilizan a cada momento y todos los diez internos aceptan ese ruido permanente.
     La luz vuelve a encenderse a las 06h00, es una nueva esperanza, el grupo se reanima, uno que otro comenta algo, uno a uno pasan a hacer sus necesidades, otro ora sentado, alguno hace ejercicios, después de todo, dice un detenido, “este no es un hotel cinco estrellas ni un premio por nuestro mal comportamiento”. “Por algo será que Dios nos pone en este lugar”, sentencia  el “caporal”. José Miguel es oriundo de Milagro, tiene 26 y purga una pena de 3 meses por alimentos; Antonio es de Latacunga, debe estar seis meses por violencia callejera; Pedro es lojano y está cuatro días de los 15 que le corresponde por agresión a sus esposa, pero dice que ya no quiere volver con ella; de los restantes, están por diversos motivos: conducir en estado de embriaguez, por no portar documentos para conducir, por uso y tenencia de drogas, etc.
 
    Después de llegar a  la celda, ojalá al día siguiente, los detenidos son llamados ante el juez que analiza su causa, y sentencia, la misma que consiste en multas, rebaja de puntos en licencia de conducir, años, días o meses de prisión, o en ciertos casos, por atenuantes, penas sustitutivas, como trabajo comunitario o detención domiciliaria. El desacato, o sea la desobediencia a la decisión del juez, es grave y también muy grave el irrespeto y agresión a policías y agentes del orden. Sin embargo, Santiago, un joven de Nabón, dijo que al arrestarlo lo golpearon “sin motivo”.
   A las 08h00 todos los internos, hombres y mujeres, acuden al desayuno, un jarro de colada y dos panes. “Cuando salgamos y nos veamos afuera, les dice Juan a sus ahora amigos, yo les invito una comida diez sobre diez, no esta pendejada”, causando la risa de todos los del grupo. El almuerzo es un caldo simple y un plato de arroz con un pequeño “adorno”, según comenta Julio, un hombre procedente de Macas. “Yo cuando salga quiero enviarles una buena funda de frutas y pan”, dice, pero no permiten, peor dinero. Creo que las escenas se repiten en las diversas secciones de alta, media y mínima peligrosidad: hay un patio de 40 x 5 metros para recibir el sol, cuando hay o para pasear y conversar, también talleres y canchas. En las celdas apenas una claraboya por donde el guardia trae novedades o los detenidos hacen llegar mensajes en clave a otros, o cantan y declaman poemas antes de dormir. Algunos hombres y mujeres a lo lejos se llaman y hasta dicen, “te quiero”. ¿En dónde no estará presente el amor?


    Policías, agentes penitenciarios y tropas de élite están a la entrada de La Roca. La seguridad es total, o como dijo sonriendo una chica agente, “casi total”. El escape es prácticamente imposible. Salvo unos pocos casos, dice un policía, “aquí ahora la honestidad está de moda”. Sigo a Juan que días después abandona La Roca con orden de excarcelación dictada por un juez, me habla de la diferencia del aire de libertad, comprendiendo el valor de cumplir con la ley y el respeto a lo establecido. Vira su rostro y alza su mano al despedirse de sus ex compañeros que quedan allí esperando su oportunidad. El pesar parece quedar atrás, pero más bien lo persigue, por tantos y tantos casos de dolor, sufrimiento y tensión encerrados en esas pareces frías de cemento, de las cuales no escapa nadie, salvo el pensamiento, que vuela lejos, muy lejos hacia el calor de los seres queridos y la codiciada libertad.

César Pinos Espinoza
cesarpinose@hotmail.com