jueves, 12 de septiembre de 2013

Ser honesto por temor o conveniencia no es ser honesto





Entre la ética de la conveniencia y la ética del temor
Decir la verdad por temor, ser honesto por temor, ser puntual por temor, en realidad no son cualidades ni virtudes, sino el disfraz de una conducta que, si bien busca la aprobación social, en realidad el propio sujeto queda inmerso en variadas formas de apariencia e hipocresía. Así, cuando alguien no roba por temor, deja intacto el pensamiento de robo en su conciencia y mantiene vivo el impulso al robo, ya que frena una conducta que seguramente surgiría como deshonesta si desaparecieran las circunstancias del control social.

A diferencia de ciertos casos en que la conducta del sujeto es inducida por un temor invencible que le impide un proceder autónomo y deliberado, los casos que nos ocupan se relacionan con el temor vencible, que es posible de ser advertido y superado. Respecto de este último, podríamos enumerar una serie de comportamientos conscientes afectados por la apariencia:
  • Quien es fiel o leal por temor, no significa que no sea infiel o desleal, pues deja intactas la infidelidad y la deslealtad dentro de sí mediante la apariencia de una conducta honesta hacia su pareja, amigos o confidentes.
  • Quien no habla en público por temor, a pesar del manto de prudencia con que aparece ante los demás, tiene el pensamiento bloqueado e interferido acerca de lo que podría decir, ostentando así una falsa conducta prudente o mesurada.
  • Quien tolera a los demás por temor a su descalificación, no es tolerante, ya que deja vivo los pensamientos de rechazo y rigidez en su fuero interno.
  • Quien aparece respetuoso y amable por temor a quedar aislado del círculo que frecuenta, seguramente alberga dentro de sí la búsqueda de una conveniencia utilitaria que, sin el temor a los demás, quedaría de manifiesto.
  • Quien es generoso y ayuda a otros buscando el propio interés, carece de una cualidad moral que disfraza con recursos visibles para conseguir aprobación o lograr beneficios.

El temor configura un bloqueo y condicionamiento mental que origina confusiones a veces inadvertidas por el propio sujeto, al punto de inducirlo permanentemente a expresar ficticiamente comportamientos positivos u honestos que no son tales. Estas conductas aparentes tienden a evitar, por razones de mera conveniencia, la ejecución de acciones de tinte negativo que, en otras circunstancias, se llevarían a cabo. Ello constituye una aberración cognitiva que conduce a la incoherencia entre el pensar y el hacer. 

En el campo de la conducta habitual, el temor actúa como una fuerza que suprime la actuación espontánea, autónoma y sensible del sujeto ante circunstancias en que le resulta útil y oportuno adoptar alguna forma aparente de comportamiento. En este terreno impregnado por lo falso y espurrio, la simulación de valores y cualidades se lleva a cabo a través del despliegue ficticio de acciones aparentemente positivas. 

Desde un enfoque cognitivo-pedagógico, podemos observar que, aunque determinadas deficiencias no se manifiesten ni expresen en la conducta externa, las mismas permanecen intactas y forman parte de la vida del sujeto. Este proceso simulatorio termina por colocar a quien lo practica en el oscuro rincón de la doble moral y afectar su coherencia personal. La cultura y la ética emanadas de una visión excesivamente pragmatista, valoran y consideran aceptables los resultados útiles de la conducta en sí, independientemente del pensamiento y la conciencia del sujeto. Para este paradigma, tanto el temor como, en menor medida, la conveniencia (o quizás, en algunos casos, el temor disfrazado de conveniencia y oportunismo) se comportan como factores que terminan por aislar la dimensión de la conducta externa y la dimensión interna de la conciencia. Aquí se observa cómo la conducta aparentemente honesta enmascara al pensamiento deshonesto. 

Así como al no robar por temor, el sujeto deja el pensamiento de robo intacto, ser honesto para agradar a otro no permite construir en lo interno la honestidad y las cualidades y valores que externamente aparecen en una conducta aparentemente honesta esgrimida ficticiamente por aquél. Al faltar la íntima convicción de lo honesto, la apariencia sustituye la conciencia individual y se comporta como la máscara que oculta el vacío de una cualidad que no se posee. Por razones que guardan afinidad con el desarrollo y la coherencia personal, podríamos decir que la ética del temor se convierte en aliada de la ética de la conveniencia. Y ambas se sostienen con una ética de la costumbre, aceptada y practicada por una sociedad que da por válido y no cuestiona el ejercicio de cualidades transformadas en hábitos mecánicos cuyo origen no reconoce a la conciencia ni coloca a la íntima convicción como elemento ético central de la vida humana.


Dr. Augusto Barcaglioni