miércoles, 5 de noviembre de 2014

Tiempo de difuntos, tiempo de sueños y recuerdos




La vida transcurría sin novedades en el pueblo. El peligro de agresión peruana se olía. Creo que eso no afectaba mucho en esa paz casi campesina a las personas mayores de sesenta años, pero, por la idea de que todos debían ayudar a la defensa de la Patria, se alteraba el bienestar. Las enfermedades naturales, como siempre causaban estragos en la salud de los habitantes, pero claro, el estrés, menos que ahora, las complicaba, aparte de la pobreza, la búsqueda constante de trabajo y las pequeñas preocupaciones diarias.



Para 1980 la Medicina había avanzado notablemente, pero no tanto como para curar ciertos males producidos por la mala alimentación. Deliciosas comidas como los derivados de la carne de cerdo eran entonces, supongo que también hoy, una arma de doble filo. Podían generar enfermedades como la cisticercosis, causando inclusive la muerte. Pero esa razón, sumada a otras, como la falta de afectividad, el abandono y el sufrimiento diario por la lejanía de los seres queridos, dieron lugar a que Juan, un hombre honrado, responsable y trabajador acortara su vida, justo en los mejores momentos destinados al descanso y la estrecha relación familiar. Esa suma, lo llevo a la tumba a los 63 años.



El deceso de Juan se produjo el 26 de junio  de 1984. Viajó al más allá pero no del todo. Apareció a los días por una o dos ocasiones ante su esposa Elena. A ella no le causó impacto, pero le pidió terminantemente que se fuera. ¡Ya no vuelva, vaya a donde debe estar!, le dijo.

Pasaron los días y desde entonces no ha vuelto. Sin embargo, su hijo cuenta que acude muy a menudo a sus sueños: En el pueblo aparece joven y alegre. A veces lo busca y no lo encuentra. Camina por cerca de la casa en donde vivía y no asoma, solo luces tenues y soledad. Los sueños siempre concluyen a la madrugada, a veces con lágrimas; entonces afloran los recuerdos buenos y malos de la niñez y juventud: Juan le enseña a conducir una bicicleta vieja que le ha comprado con mucha ilusión, regalo inolvidable, un tesoro. Viene a la mente cuando niño esperándolo cada domingo en la noche que llega del pueblo a la ciudad trayendo alimentos, frutas, un poquito de dinero, y también el penoso momento de su retorno los martes en la madrugada. ¡Que no iba a ser agradable la media tarde! cuando los cinco hermanos recibían una moneda para un pan y un guineo; la alegría y el suspenso de los regalos del Día de Navidad; los pequeños obsequios traídos desde Quito alguna vez de un viaje; el emocionante momento de vestirse un pantalón nuevo para el desfile de la escuela en la fiesta del pueblo; aunque también el celo y la defensa enérgica por la agresión de otro niño; los paseos al campo con amigos y familiares; un reclamo al hijo por un accidente de hace años atrás por no haberlo contado; las manifestaciones de desilusión por los primeros brotes de rebeldía del joven; las lágrimas al dejarlo en un lejano lugar para sus inicios de maestro de escuela; la alegría al conocer a la joven esposa, a quien dice “señora” y el matrimonio en una iglesia de un lugar lejano…



Recuerdos…recuerdos, sueños…sueños. Tiempo transcurrido de décadas, rápido, muy rápido, sin oportunidad -como actor en un drama de teatro, ni para corregir los errores. Solo sueños hoy y perdón por las heridas causadas. Juan retorna al mundo onírico para prolongar su historia de eternidad. Hay evidente perdón, sonrisas y bondad desde donde el tiempo no cuenta, desde donde no hay pasado ni presente.

César Pinos Espinoza
cesarpinose@hotmail.com