lunes, 18 de agosto de 2014

Wawalpata, campos hermosos e historia.



Antes de la invasión hispana fueron asentamientos Cañaris localizados en Wawalpata, San Fernando, Pacay y Cañaribamba. Después se convirtieron en Encomiendas, “para proteger al indio y enseñarle”. Con la Independencia desde comienzos del siglo XIX aparecieron las Haciendas. Casi nada cambió para el indio. Ese fue el proceso en las condiciones del nativo, “de cuya alma se dudaba”, hasta llegar a cierto estado de derechos y obligaciones que sólo con el advenimiento de la revolución liberal avanzaron de alguna manera. A comienzos de ese siglo seguramente la hacienda de Wawalpata fue enorme, comenzaba en las goteras de Girón, con El Choro incluido, hasta lo que actualmente es Chumblín, San Fernando y los inicios del valle de Yunguilla, por supuesto, con un gran bosque nativo, hermoso hábitat de especies que hoy casi se han extinguido. Es probable que perteneció al doctor Casto Alvear, un distinguido personaje español de los inicios de la organización judicial, que luego de la batalla de Pichincha, el Gran Mariscal Antonio José de Sucre apoyara en sus pasos preliminares en Cuenca. La gran hacienda se redujo pero una parte considerable perteneció luego al doctor José Alvear y Alvarado, hijo del jurisconsulto, distinguido médico, irrepetible por su calidad humana y sabia, que dedicó su vida a luchar por la salud de todos, especialmente de los más desposeídos. De aquí nace la leyenda del “médico noctámbulo”.



La hermosa joven Manuelita, hija del célebre médico cuencano, cabalgaba plácidamente por esa gran llanura, visitando a sus amistades y familiares, pero también a sus peones humildes, razón por la cual era querida y respetada por todos. Hace muchos años en su ancianidad ella me contó esta historia y la de sus hermanos José Miguel, Enrique y Dolores. Tan basta propiedad la heredaron de su padre, aquel que una vez acudió a un llamado de la familia Talbot en Yunguilla para curar a alguien que había sufrido una caída. No sólo que curó a la persona accidentada sino que dedicó su tiempo para sanar los males de la gente humilde en esa zona entonces malsana, pero y allí adquirió el paludismo o malaria, que a la postre lo mató casi de modo fulminante. A él no lo pudieron salvar ni sus propios colegas. Algo más –que guardaremos en el baúl del silencio-- me dijo al respecto doña Manuelita.



Las tierras de esa hacienda y otras cercanas, las he vuelto a recorrer hace poco y casi nada queda del pasado de esplendor: la antigua casa de hacienda de los Alvear, ya remodelada y transformada por su actual dueño Rafael Idrovo; una casa de hacienda casi en ruinas que fuera de la familia Ochoa Ullauri, con nombres grabados en sus paredes que aún se mantienen, “Hacienda María Teresa”, “La Roca 1921”, y la hermosamente remodelada “Hostería Lago de Cristal”, de la familia Ullauri. En la zona recuerdan otros nombres de familias del tiempo del transporte a caballo por San Fernando, Yunguilla y Girón. En El Bestión, no Bastión, como alguien pretendía, encuentro a Lauro Toledo, personaje muy conocido desde hace décadas, y creo que no ha perdido ni una raya el tigre; quién más que él para contar las historias del lugar, las peripecias de la gente, los abusos a los peones por parte de ciertos patrones, la presencia de hombres que pasaron a la historia por ser buenos y los que pronto fueron sepultados en el olvido por obvias razones. De memoria sabe el incidente del triple asesinato ocurrido hace cerca de sesenta años a causa de un equivocado trato con la gente, y de otros casos, y de las inmediatas consecuencias del delito; el ocaso de terratenientes cuya historia se apagó de pronto, hasta concluir hoy en un nuevo esplendor y riqueza, producto del trabajo incesante, justo y permanente de nuevas generaciones.



San Gerardo de Wawalpata es una rica región llena de verdor, paraíso de producción lechera y hermosos paisajes. Comprende lugares como San Martín Chico y San Martín Grande, Cristal, San Gerardo, Santa Ana y Cauquil. En otros tiempos había dos hermosas lagunas, Zhogra y El Bestión que hoy se secan lentamente, dando paso a la totora que invade y cierra el ciclo natural por ausencia del agua. Las tradiciones y leyendas van quedando como tales y ya nada se puede hacer. Arriba muy arriba están las lagunas de Quimsacocha en los humedales sagrados y páramos que generan el agua y la vida, y hoy la polémica, para decidir entre el agua limpia y saludable y la riqueza económica del país. 



Hago un paréntesis para alejarme de pronósticos e historias y acudo a otra fuente de vida, los niños del lugar. Se trata de la Escuela “Agustín Crespo Heredia”, nombre de un cura que conocí en Girón. El maestro Edwin Torres me presenta a un grupo de párvulos que cantan “un conejito muy picarón, con la colita blanca como algodón…”. Son la nueva generación que más tarde tomará la posta, aunque no sabemos de qué manera. Veo avances en el pueblo, un subcentro de salud, escuelita con maestros y maestras, una vistosa iglesia, un pomposo edificio que dice “Gobierno Parroquial de San Gerardo”, onda que circula en todas partes. Es la historia actual que se ve y se vive, pero la antigua muy poco se conoce, o no se la conoció nunca. Todo es importante, el pasado es el sustento del presente, digamos la identidad de un pueblo, nos guste o no, sea bueno o malo. Pero se puede escribir y hasta imaginar, y así nace el atractivo turístico, aunque la imaginación no esté muy lejos de la realidad. Así, por esos lugares, por chaquiñanes, quebradas y pampas, con seguridad transitaron nerviosas las tropas peruanas que desde Loja asomaron en Yunguilla y ascendieron a San Fernando para luego arribar a Girón e ingresar en el Portete el trágico 27 de febrero de 1829, que generó en los sureños no menos de un millar y medio de muertos, un millar de heridos y desaparecidos y por lo menos tres mil desertores, muchos de los cuales se quedaron para siempre a vivir en estas tierras. La loma de Norambote es un punto para meditar, desde allí se observa todo, y por supuesto divisaron todo los invasores; hoy vemos las antiguas y modernas rutas desde Loja y El Oro, el pueblo de Girón y el imperturbable Portete, testigo mudo de una gesta sangrienta de hace cerca de doscientos años.



El nombre de Wawalpata significa “loma de arrayanes” o del wawal. Desde Girón, con pago de peaje, se asciende a Norambote y luego a San Gerardo. La carretera se encuentra en buen estado, con asfalto algo parchado, pero vale. Los parajes que se observa son una belleza. Pueden ser ideales para excursión familiar o turismo ecológico y de aventura en múltiples sitios que conducen a San Fernando, por la Asunción al valle de Yunguilla o por Guagrín al Chorro, pero cuidando cada paso de los niños, para que no se repita lo que sucedió hace poco, porque la montaña no avisa, sorprende y no es tan fácil caminar como parece; es hermosa pero puede ser trágica. Los páramos están allí visibles, como desafiando a los más audaces… pero prudentes. Hace dos décadas fuimos imprudentes conduciendo niños en la segunda chorrera, e ingenuos al llevarles a la boca del lobo, justamente allí donde instantes deciden la vida o la muerte.

César Pinos Espinoza
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