Eran
un grupo indígena de la zona austral de Chile, compuesto por nómades
canoeros que recorrían los canales de la Patagonia occidental, entre el golfo de
Penas y el estrecho de Magallanes; también se
desplazaban por los canales que forman las islas que quedan al oeste de la Isla Grande de Tierra del Fuego
y al sur del estrecho. Su idioma era el kawésqar,
nombre con el que ellos se autodenominaban. En su idioma, esta palabra
significa "persona" o "ser humano". El nombre alacalufe
originalmente puede haber tenido una intención despectiva y ellos no lo usaban. Hay
dos hipótesis sobre su llegada a los lugares de poblamiento. Una, que procedían
del norte siguiendo la ruta de los canales
chilotes y que atravesaron hacia el sur cruzando el istmo de
Ofqui. La otra es que procedían desde el sur y a través de un
proceso de colonización y transformación de poblaciones cazadoras terrestres
procedentes de la Patagonia Oriental poblaron las islas del
estrecho de Magallanes y subieron por los canales patagónicos hasta el golfo de
Penas.
El
área que ocupaban para sus desplazamientos era enorme, pero se puede decir que
giraban alrededor de dos puntos. Uno en la ribera sur del estrecho de
Magallanes, en la isla Clarence y el otro en la parte sur del
golfo de Penas en el islote Solitario en el archipiélago de las Guaitecas. La causa de
esta focalización fue la obtención del fuego. Los kawésqar necesitaban el fuego
para calentarse y con el pasar de los siglos descubrieron estos dos puntos
donde había pirita
de hierro, mineral con el que lograban las chispas necesarias para encenderlo. Los
antecesores de los kawésqar llegaron a su área de nomadismo hace unos
6000 años. En el siglo XVI cuando establecieron sus primeros
contactos con el hombre blanco, se estima que eran unas 2500 a
3000 personas. A fines del siglo XVIII
comenzaron a llegar a la zona una gran cantidad de barcos balleneros
y loberos, especialmente de nacionalidad
inglesa y estadounidense. A contar de esta época empezaron a contraer las
enfermedades que pronto los llevarían a su declinación numérica. Los
europeos, desde su primer contacto, consideraron a los indígenas patagónicos como
salvajes dignos de estudio. A partir de 1871 comenzó la exhibición
de indígenas vivos en ciudades europeas y norteamericanas, costumbre que cesó a
comienzos del siglo XX.
Familias completas de las etnias kawésqar, yagán,
selknam
y mapuche
fueron exhibidas en Francia, Inglaterra, Bélgica y Alemania. Llegaban por encargo de sociedades científicas y por
comerciantes que lucraban con su exhibición al público. Los viajes duraban
entre 4 y 6 meses y en ellos los indígenas solían enfermar y morir. Estos
hechos se detallan en el libro de Christian Báez y Peter Mason: Zoológicos
Humanos.
A
fines del siglo XIX
misioneros salesianos
obtuvieron la concesión de la isla Dawson donde establecieron una misión con
el propósito de evangelizar, “proteger y cuidar” a los indígenas de la
zona, con ello comenzó el proceso de transformación de su vida nómada en sedentaria
y el cambio de sus hábitos ancestrales, como la vestimenta, dejando de usar el
aceite de lobo marino
y la capa que los protegía del agua de la lluvia y del frío, debiendo usar ropa
occidental, la que al estar permanentemente húmeda les trajo nuevas
enfermedades. En 1900 se estimaba una población de 1000 kawésqar la que
1924 había descendido a 250.
En
1937 el Gobierno chileno, mediante la Fuerza Aérea de Chile estableció una
estación en Puerto Edén. Su primer jefe fue el sargento
Carlos Gaymer Gómez, quien llegó con su esposa Raquel Verdugo Rojas y su suegra
Matilde Rojas. El sargento Gaymer y su familia permanecieron en Puerto Edén
hasta abril de 1950 en forma ininterrumpida, la señora Matilde falleció en 1949
y fue sepultada en el cementerio de Puerto Edén. Durante estos 12 años la
familia dedicó sus esfuerzos a educar y capacitar a los kawésqar que llegaron a
vivir alrededor del puesto. La familia Gaymer Verdugo durante ese período
adoptó a dos niños: Ana Rosales Ulloa y a Carlos Edén Maidel, Peteyem, que en
2009 residía en Nueva York, Estados
Unidos.
A
finales del año 1940, el gobierno autorizó que un joven kawésqar de 10 años de
edad que destacaba por su vivacidad e inteligencia, con la autorización de sus
padres, fuera trasladado a Punta Arenas para estudiar bajo la tutela de
los sacerdotes salesianos. El presidente de la república Pedro Aguirre Cerda supo de este caso y decidió
apadrinar a Lautaro Edén Wellington,
Terwa Koyo y dispuso que fuera trasladado a Santiago
para terminar su enseñaza de humanidades. Lautaro en 1947 entró a la Escuela de
Especialidades de la Fuerza Aérea. En 1948 contrajo matrimonio con la enfermera
Raquel Toro Vilches y en 1949 regresó con el grado de cabo 2º mecánico, siendo
destinado a la estación de Puerto Edén. Terwa Koyo viajó sin su esposa y al
encontrarse entre su pueblo, comenzó a tratarlos como una tropa, mandándoles
hacer ejercicios militares y trabajos de acarreo de tierra, cosa que ellos
aceptaron de buen grado, pues habían llegado a admirarlo. A los pocos meses
desertó regresando a la vida nómada de sus antepasados. Prácticamente toda la
población joven de Puerto Edén lo siguió. Lautaro falleció en 1953 al hundirse
su chalupa. Fue una persona admirada por sus compañeros. Por
esa misma época, frecuentaban la zona loberos chilotes,
quienes en muchas ocasiones cometieron asesinatos, violaciones y secuestros de
kawésqar. En 1992 había unos 60 indígenas que vivían en Punta Arenas y la mayor
parte en Puerto Edén. En el 2000 se estimaba que no quedaban más de 17 kawésqar
puros. Existen unas quince personas que se consideran pertenecientes a este
pueblo. A lo largo del tiempo han experimentado una profunda
transformación cultural
y social. Actualmente, su lengua y sus tradiciones
han disminuido mucho, llegando a temerse su desaparición definitiva. La muerte
el 26 de octubre
de 2003
de Jérawr Asáwer —rebautizada como Fresia Alessandri Baker—, recibió cobertura
de la prensa, como un ejemplo de la disminución poblacional de este pueblo. El
5 de agosto de 2008, falleció Alberto Achacaz Walakial, de 79 años
aproximadamente, el más anciano de los kawésqar sobrevivientes.
Organización social
La unidad base era la familia, la que se desplazaba
sola en su canoa en búsqueda de su alimento, ocasionalmente se
agrupaban dos o tres familias para tareas específicas. Cuando estaban en tierra
hacían una choza muy liviana con armadura de madera, roble o canelo la que era cubierta con pieles de foca o nutria. La canoa era la pieza más
importante y apreciada de su patrimonio material. Era fabricada con cortezas,
preferentemente de coigüe. Su longitud era variable, entre 8
ó 9 metros y en ella podía acomodarse una familia. La canoa era además de un
medio de transporte una verdadera vivienda flotante, pues en ella pasaban buena
parte del tiempo. En el siglo XX y por influencia de los loberos chilotes,
empezaron a construir canoas de un tronco ahuecado, a semejanza de los bongos
de Chiloé.
Creían en un ser bueno, Alep-láyp o según otros Arca kercis, espíritu bueno al cual le daban
gracia cuando a causa de un naufragio recibían copioso alimento y herramientas
de fierro o cuando una ballena se varaba
en una playa a morir. Ayayema, el espíritu del caos; Kawtcho, es el espíritu rondador de la noche y Mwomo espíritu del ruido, el que produce las avalanchas de nieve. Se alimentaban
de lobos marinos, focas y nutrias. Eventualmente de ballenas que encontraban
varadas en una playa, lo que daba ocasión para que se reunieran por varias
semanas y a veces meses, varias familias. El aprovechamiento de carne varada se
da también en otras tribus de la zona como por ejemplo los Selk'nam, también
conocidos como Onas. Trabajaban la piedra, la madera, los huesos y nervios
de ballena, las conchas de los mariscos y las pieles de nutria y foca. Con
estos elementos confeccionaban flechas, arcos, hondas, arpones y cuchillos para
trabajar los troncos con los que fabricaban sus canoas. Con fibras vegetales y
de los animales fabricaban cestos y canastillos. El metal sólo lo conocieron
por su contacto con el hombre blanco. Los alacalufes vivían en el actual territorio
chileno, pero debido a la cercanía, ocasionalmente se hallaban en un sector
fronterizo de la Argentina, entre el lago Fagnano
y la cordillera de los Andes fueguina. No
establecieron asentamientos permanentes en esos territorios, pero las razones
principales de su ocasional presencia allí, tal vez debieron ser por motivo del
comercio con los onas, tehuelches y yámanas (con estos últimos también
establecieron algunos lazos familiares). La bibliografía argentina frecuentemente
incluye a los alacalufes entre los pueblos originarios de su territorio, sin
embargo, su presencia en él fue sólo transitoria.
Se alimentaban de nutrias, huemules, mariscos, peces,
aves, plantas, semillas, y focas; animales de los que también aprovechaban sus
pieles para vestirse y, sus huesos para fabricar diversas herramientas, como
arpones y cuchillos. La familia, conformada muchas veces por más de una esposa,
se trasladaba en canoas transformadas en precarias habitaciones. En el centro
de ella guardaban implementos de pesca, caza o marisqueo, y además, mantenían
el fuego, el cual los ayudaba a protegerse del frío, servía de señal para no
chocar con otras canoas y, permitía calentar los alimentos que conseguían principalmente
del mar. Las labores de los hombres y mujeres eran muy distintas. Los hombres
se dedicaban a la caza de animales, aves marinas y peces, para lo cual
construían herramientas como los arpones con huesos y piedras; y, los cuchillos
hechos de conchas de choros gigantes y piedras, hondas de cuero, arcos de palo
y cuero de animales. Además, construían canoas con cortezas de roble de una
sola pieza, la que generalmente medía aproximadamente cinco metros de largo por
uno de ancho. Las mujeres se encargaban de los hijos, de mantener el fuego y
manejar las canoas. Cuando estaban en tierra firme recolectaban vegetales o
raíces, y asaban al palo los animales que hubiesen cazado los hombres. En el
mar, eran ellas quienes se sumergían en las heladas aguas para extraer mariscos
los cuales comían crudos. La región era muy dura. Había mucho viento, lluvia y
nieve, por lo que sus ropas eran confeccionadas con pieles de animales (lobos
marinos y focas) y también, hechas con lana de huemules para poder soportar las
heladas. Los alacalufes, hombres de estatura pequeña, se caracterizaban por
poseer un rostro grande y alargado, con pómulos abiertos. Sus ojos eran grandes
y expresivos, y su piel morena. Fueron un pueblo de costumbres monogámicas y
creían en la vida después de la muerte. Creían en un ser superior Ayayema,
creador y controlador de las fuerzas de la naturaleza. (Fuente: Wikipedia).
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