De: Una mujer en Berlín.
En efecto, en la detallada
narración de los avances del ejército de Stalin hacia Berlín, el autor de La
caída no omite la referencia al miedo cerval de los civiles y, sobre todo,
de la población femenina frente a la llegada de los rusos. Aparte de asesinar a
cualquier varón que les opusiera la más mínima resistencia, la violación de
toda mujer o niña que tenía la desgracia de toparse con ellos era operación
obligada para esos guerreros sedientos de algo más que de sangre. Escaso fue el
número de mujeres que escapó a las ansias amatorias de los miembros del
Ejército Rojo, borrachos como cubas en la mayoría de los casos: los alemanes,
en su retirada, les dejaban alcohol a discreción a fin de retardar el avance de
un ejército de beodos.
Pero las consecuencias del
exceso etílico las pagaban las "perras fascistas". Beevor no olvida aclarar que el Ejército Rojo tenía una deuda pendiente con la Wehrmacht
alemana; los soldados de Hitler incendiaron, saquearon, violaron y asesinaron a
conciencia cuando invadieron Rusia, en 1941. Así que el desafuero soviético fue
excusado por muchas personas como un lógico acto de venganza. Los comisarios
políticos estalinistas explotaron la sed de revancha de los soldados e
impartieron consignas de odio que embravecieran a sus tropas: "Matad
alemanes, odiad Alemania y todo lo alemán, matad cerdos fascistas",
etcétera. Así que, inflamados de odio, los alemanes y las alemanas carecían de
valor para ellos: los superhombres se tornaron infrahumanos.
La crueldad de los rusos con
los civiles y, principalmente, aquellas violaciones en masa fueron la razón de
que los alemanes prefirieran ser vencidos por los americanos o los ingleses
antes que caer en manos de los soviéticos. El ejército americano o el inglés
—salvo en casos aislados— jamás cayó en semejantes desmanes. Los rusos, en
general más primitivos, incultos y abotargados por la ideología estalinista,
excesivamente limitados en su visión del mundo, empobrecidos mayoritariamente
por el comunismo, reprimidos sexualmente en un Estado que despreciaba el
erotismo, se comportaban en la rica y civilizada Alemania como bestias
desatadas. (Extracto).
La Batalla de Berlin fue una de las batallas
finales de la Segunda Guerra Mundial entre la Alemania nazi y la Unión Soviética por el control de la capital
alemana. Durante los combates, el líder alemán Adolf Hitler
se suicidó, así como su Ministro de Propaganda Joseph Goebbels. Un gran número de personajes relevantes del ejército
alemán y el partido nazi, como el secretario personal de Hitler y Canciller del
Partido, Martín Borman, murieron intentando escapar del
cerco o fueron hechos prisioneros por los soviéticos.
En
la tarde del 30 de abril las tropas soviéticas lanzan su ataque sobre el Edificio del Reichstag, que desean tomar
en pocas horas para ofrecerlo a Stalin como «obsequio» del Primero de Mayo. La lucha en el Reichstag es brutal y los defensores alemanes
se parapetan bien en las ruinas; tras varias horas de salvajes combates dentro
del edificio, soldados soviéticos se abren paso hacia el tejado y en la noche
del día 30 hacen ondear desde allí una bandera de la URSS. Pese a este gesto,
hasta el atardecer del día siguiente sigue la resistencia de grupos de soldados
alemanes aislados en diversas salas del Reichstag, por lo cual el 1 de mayo
las tropas soviéticas aún no pueden considerar como «controlado» el vasto
edificio.
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