lunes, 5 de agosto de 2013

DE FONDO: ‘Moby Dick’, símbolo de nuestro viaje hacia el abismo.



Tomado de El Asombrario & Co.


Un extraordinario libro, 'Moby Dick traslada la mítica aventura a la época actual y convierte la suicida paranoia por cazar la ballena blanca en metáfora de nuestra demencial forma de entender la ecología y de manejar el poder hoy día. Símbolo de un viaje, vigente como nunca, hacia el abismo definitivo.

La lectura de esa película y la de Moby Dick, en clave ecológica, tienen mucho que ver, discurren por caminos próximos que convergen constantemente. "La persistente sordera del capitán Ahab de nuestros días es paralela a su ceguera de alma y, por más que le reprochemos algunos la incansable cacería del gran cachalote blanco, continúa imperturbable dirigiendo su barco con mano de hierro hasta lo más profundo del océano que surca y del que se considera amo, dueño y señor".


"Percibimos entonces con claridad que la vida de los que viajan en el Pequod no vale gran cosa en opinión de los que se encuentran al mando y que la tripulación es plenamente consciente de ello. La total ausencia de empatía del capitán Ahab hacia sus semejantes se puede observar ampliamente en las decisiones que va tomando a lo largo de todo el relato. Solo quiere satisfacer su propio proyecto, y para ello está dispuesto a sacrificar a todo y a todos los que, paradójicamente, colaboran en su consecución". ¿Os suena esto si cambiamos protagonistas y colocamos a los actuales poderes políticos y económicos; si como barco ponemos el capitalismo radical que ha decidido sodomizarnos a nosotros y al planeta?
"Estos nuevos capitanes Ahab que nos dirigen (que son pocos aunque utilicen a muchos para sus singladuras) tienen la delicadeza de no firmar con su nombre y se esconden bajo la máscara de epítetos como el de los mercados, sufriendo un tipo de invalidez que va mucho mas allá de lo físico y que alcanza lo espiritual. Son capaces de sumir en el hambre a 1.000 millones de personas al multiplicar por dos el precio de los cereales en la bolsa de Chicago (con notables beneficios para sus cuentas corrientes en los paraísos fiscales), de destruir el tejido económico occidental llevándose todo el aparato productivo a Oriente, de reventar el sistema financiero generando burbujas para transformar el precio de las cosas utilizando para ello sobre todo las necesidades más perentorias de la gente (por ejemplo, la vivienda, la educación o la sanidad).


Solo se nos ocurre decir que a su lado el capitán Ahab presentaba una cierta nobleza o gallardía de carácter". "Compran futuros, pero en realidad lo que quieren es encadenarnos a un determinado tipo de futuro, que no es sino el de su propia locura e inanidad. En su nihilismo ciego intentan hacernos creer que su visión es la única posible y que no cabe ninguna otra que pueda dar un poco de esperanza a los 7.000 millones de seres humanos que abarrotan este sufrido planeta".

Herman Melville no tuvo suerte; público y crítica le dieron la espalda, no entendieron su visión escéptica del triunfante individualismo, su pesimismo frente a los gloriosos Estados Unidos. Escribe Muñoz Molina: "Se pasó muchos años trabajando en una lúgubre oficina de las aduanas de Nueva York, cuando ya se había resignado al fracaso contumaz de cada libro que publicaba". Entre sus amarguras, imaginamos (sigue el escritor): "la indiferencia del público y la hostilidad y el sarcasmo de los críticos; la claudicación final, cuando ya hasta dejó de buscar editores y se pagó él mismo lo poco que publicaba".

"En el recorrido de Melville por los océanos del mundo vio muchas cosas y entre ellas fue testigo de rebeliones a bordo, participando incluso en alguna de ellas. No siempre la tripulación aguanta la soberbia como argumento y la escala de mando como el único elemento de juicio a la hora de tomar las decisiones".






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