viernes, 5 de septiembre de 2014

Una carta 50 años después: Caso Asesinato de Kennedy.









No es que aquí, donde yazco ahora, se esté mal del todo, ni tan bien como yo esperaba, así que no sé si esto es el Cielo o el Infierno, o un sitio entre ambos. Sea como fuere, he creído necesario dirigirme a todos vosotros en el 50 aniversario del asesinato en Dallas de nuestro querido presidente, John Fitgerald Kennedy, al que, por cierto, no he visto por aquí. Siempre me evitaba, y parece que esa costumbre no la ha perdido.



Mucho se ha hablado, escrito y filmado de aquel magnicidio, y en todos los casos mi figura ha salido mal parada. No sólo por eso, porque luego me empantané en Vietnam y me agobié tanto que no busqué la reelección en el 1968 por mi partido, a pesar de que tenía derecho a otra legislatura. Esto lo contó muy bien el tocapelotas de Norman Mailer en su crónica para Esquire, El sitio de Chicago, que publicó el año pasado la editorial Capitán Swing. Pero lo de JFK me marcó. Maldita sea, yo creé lo poco que tenéis de estado social, acabé con la discriminación de los negros en las instituciones y en las escuelas, aunque siempre seré el presidente que no supo manejar Vietnam y tiró la toalla,  pero sobre todo, sigo siendo para muchos piedra angular de una conspiración que acabó con nuestro presidente Mad Men (sí, yo también estoy enganchadísimo, y cuando mi esposa me dice que soy tan guapo como John Hamm, tampoco me lo creo). ¡Qué injusticia! El día que vea a William Shakespeare por aquí y le cuente mi historia delante de una Budweiser, va a flipar conmigo y seguro que se pone a escribir de nuevo.



Yo no maté a Kennedy ni participé en ninguna conspiración para que otros lo hicieran. He creído la hora de reivindicar mi honor y de limpiar mi figura. Además, quiero aclarar algunos malentendidos y frases sacadas de contexto que pudieron dar pie a pensar mal de mí. A ello me está ayudando la reciente aparición de un libro que os recomiendo a todos, JFK. Caso abierto. La historia secreta del asesinato de Kennedy, del periodista del New Yotk Times, Philip Shenon, y que en España, país que los texanos adoramos, ha publicado Debate en una traducción con modismos latinoamericanos. ¡Incluso ponen la palabra ‘carajo’ en mi boca! Pese a llevar el mismo título que la injuriosa película del chavista procastrista Oliver Stone, este es un libro serio, donde no se crean que todo lo que se cuenta de mi es bueno ni del todo cierto. Pero, al grano: yo no maté a Kennedy. Eso es lo que importa.


Cuando mataron a Kennedy yo estaba amargado, aunque alguno se sonría al leer esto. No sólo porque habían matado al presidente de mi país y uno es ante todo un patriota. También porque el nombre de Dallas, ciudad de mi estado de origen, quedaba manchado de sangre para siempre, metafóricamente, claro, no como el vestido de Jackeline. Además, sabía que muchos se harían la pregunta Cui prodest y me señalarían a mí. Es cierto que yo hice alusiones desafortunadas sobre la posibilidad de que JFK muriera en el cargo, pero eso no me convierte en asesino, sino que confirma que yo, pese a ser del sur, tenía sentido del humor. Una vez una amiga me preguntó por qué había aceptado ser vicepresidente, y yo respondí, como consigna el libro, que “uno de cada cuatro presidentes ha muerto en funciones. Soy un apostador, querida”.

Philip Shenon es conocido por The Commission, su gran libro sobre la historia de la comisión que investigó los atentados del 11S en Nueva York. ¡Menos mal que ya estaba yo muerto, que si no también me echáis la culpa! 

Sus conclusiones fueron claras: Oswald mató a Kennedy con un rifle de fabricación italiana desde el almacén de libros de texto. Él hizo los tres disparos que se reflejan en la película que Abraham Zapruder consiguió grabar. Los peritos de la comisión dijeron que una sola bala, la conocida como ‘bala mágica’, atravesó el cuello del presidente, el pecho y la muñeca del gobernador de Texas, Connally, y acabó en su muslo. En su periplo, la bala atravesó 15 capas de ropa, golpeó en el nudo de la corbata, se llevó por delante unos centímetros de costillas y se alojó en el hueso del muslo. La bala que supuestamente hizo todo esto fue encontrada en la camilla del gobernador del Hospital Parkland Memorial en Dallas.


Más allá de las críticas que hace Shenon al funcionamiento de la Comisión Warren, la tesis con la que trabaja no es que yo, junto a mi amigo J. Edgar Hoover del FBI, la CIA y los exiliados cubanos acabamos con JFK y fabricamos a Oswald como señuelo. Mucho menos que hubimos de cargárnoslo después a través de Jack Ruby. No digo que me creáis a mí, pero leed a Don De Lillo, que Dios quiera sea algún día Nobel de Literatura. En su novela Libra, que publicó Seix Barral, cuenta la historia del magnicidio a través de las correrías de este mafiosillo de poca monta. 

No sé si a Oswald le ayudó alguien, si hubo más de un tirador. Leyendo el libro uno no lo tiene del todo claro. Pero sí queda fuera de toda duda que yo no tuve nada que ver. Estoy satisfecho de que, por fin, alguien haga una excelente investigación que me exonere del magnicidio, por más que me tache de mentiroso, marrullero e imprudente en mis comentarios. ¡Pero no de conspirador para asesinato! Que se lo hagan llegar a Stone junto a una copia de la TV movie que Ridley Scott estrenó hace unos días en National Geographic sobre la muerte de JFK.


En fin, queridos conciudadanos, estoy más tranquilo. Creo, sinceramente, que fui el presidente que os legó la herencia más notable. Me tocó gestionar una decisión ajena como fue entrar en Vietnam, y no supe hacerlo. Aprovecharé alguna próxima efeméride para explicaros bien mis motivos. A la hora de ponderar mi gestión, tened en cuenta que me tocó gobernar en los 60, que fueron preciosos, pero a finales, a las puertas de los 70, que fueron una locura de la que Nixon pagó los platos rotos. La psicodelia y esas cosas. Yo me retiré a mi rancho de Texas, preferí no verlo, y morí allí en 1973, atormentado por la ingratitud, incapaz de comprender por qué me odiabais entonces. Ya sé que me queréis.

Sinceramente vuestro,
Lyndon Baines Johnson

 
    

   

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