martes, 27 de agosto de 2013

“Si mi pluma tuviera el don de las lágrimas...


“Si mi pluma tuviera el don de las lágrimas escribiría una obra sobre el indio y haría llorar al mundo”. Juan Montalvo.

Nuestro último recorrido por los pueblos del norte de la serranía ecuatoriana ha sido de enorme valor para conocer y entender la realidad del indio en los actuales momentos. A partir de 1532 comenzó el drama en América. “Anocheció en la mitad del día” fue una frase lapidaria que luego de ese 26 de julio de 1533 sentenció para siglos el destino de millones de seres con el fatídico asesinato de Atahualpa en Cajamarca, en una suerte de trauma, en muchos casos todavía no superado.

Escenas e imágenes de hombres, mujeres y niños humillados, temerosos y sin conciencia de lo que sucede, son aún frecuentes en Colta, Cajabamba, Calpi, Guamote y Zumbahua. Sin embargo, debemos reconocer que se evidencia un esfuerzo por parte de jovencitas y jovencitos indígenas en lugares como Alausí, Tixán y Palmira, tratando de romper su utopía para acceder a una educación digna e igualitaria, debiendo para ello realizar grandes sacrificios de tiempo y distancias, a efectos de que no se repita el pesaroso estado de adultos y ancianos distantes de toda consideración como seres humanos otrora dueños de un vasto territorio, luego sacudido desde sus cimientos con la invasión hispana.

Nuestro viaje también fue oportunidad, nueva oportunidad, para comprender que la pobreza y desatención en la salud y educación de los más desafortunados no se lo consigue de la noche a la mañana por decreto, “ni tan sólo con siete años de explotación petrolífera”, como pretenden algunos, sino que se trata de un proceso de mucho tiempo y dedicación. Los regímenes de los últimos 50 años en el Ecuador han descuidado los elementales principios humanitarios, al estar obnubilados por la riqueza petrolera y agrícola y el afán de llenar sus propios bolsillos, satisfaciendo los intereses particulares y de grupos, al tiempo que depredando las riquezas naturales, incluso de modo generoso con transnacionales, en actos inauditos e imperdonables.

Veo en Alausí junto a mí, pasar a un niño de unos siete años, indígena puro, de rostro quemado por el frío y el sol del páramo, camina detrás de su madre, hablan en su lengua y muestran su pobre vestimenta. Seguramente nadie les preguntó ese día cuáles son sus preocupaciones y pesares, los veo perdidos en su mundo, que además, ya no es su mundo.

César Pinos Espinoza.

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