miércoles, 17 de julio de 2013

HISTORIA: Sucesos y personajes de nuestra Patria.




El tres de Junio 1830 arribó a la casa de José Erazo en Salto de Mayo vía Pasto el asesino de Sucre, el coronel Apolinar Morillo, para reunirse con Juan Gregorio Sarria experto en la preparación de armas. La esposa de Erazo, Desideria Meléndez, declaró en el juicio los detalles de ese encuentro:

”... Me comunicó que el señor que había llegado era el coronel Morillo, y que traía órdenes para que, asociado de mi esposo José Erazo, asesinaran al general Sucre, y que para el efecto traía dos órdenes por escrito, una del comandante Mariano Álvarez y la otra del general José María Obando, las cuales las traía Erazo en las manos, y habiéndole leído el contenido de ellas, le quite dichas cartas, aconsejándole a mi marido con empeño que no se metiera en tal atentado”.

Me imagino que el Gran Mariscal esa noche no pudo conciliar el sueño, quizás pensando en su añorada Cumaná; a lo mejor recordando sus acciones: su primer encuentro con el Libertador en el Orinoco; la redacción del Armisticio y la Regularización de la Guerra antes de Carabobo; la protección de Guayaquil; las batallas de Junín, Pichincha y Ayacucho; el paso del Desaguadero; la derrota de Olañeta; la presidencia de Bolivia; el Portete de Tarquí; el Congreso Admirable y la execración de su Patria. A lo mejor evocó a su esposa Mariana Carcelén que lo esperaba en Quito; pudo recordar sus idilios y amoríos, con la cumanesa Ana María Zerpa; las guayaquileñas Pepita Gaínza Rocafuerte y Tomasa Bravo; la paceña Rosalía Cortés Silva; la chuquisaqueña María Manuela Rojas y hasta la monja Martina del Corazón de Jesús, Abadesa de los Remedios. Estarían en su memoria sus hijas Lucía, Teresa, Simona, y sus hijos José María y Pedro César.

Cuatro disparos se oyeron en Berruecos esa mañana, uno mortal disparado por Morillo que dio en el corazón del Gran Mariscal, otro rozó la cabeza, el tercero hirió levemente la garganta y el cuarto entró en el pescuezo de la mula del Mariscal. Veinte y cuatro horas estuvo el cadáver insepulto de Sucre tirado sobre el suelo húmedo de Berruecos uniendo la sangre con la tierra que libertó. (Carlos Hernández F.)

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