Camino de la
cruz. “Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron
a llevar la cruz de Jesús.” Mateo. 27, 32.
Su nombre
aparece en tres Evangelios canónicos –los de Mateo, Marcos y Lucas. Los Evangelios
nos mencionan una pequeñísima frase diciendo que era padre de Alejandro y de
Rufo, que provenía de un lugar llamado Cirene, –un importante centro comercial
griego en el norte de África y capital de la provincia romana de Cirenaica– y
que fue forzado a llevar la cruz de Cristo. Es todo lo que se sabe. Se piensa
que era casado pues se mencionan dos de sus hijos y que era viajero pues se
encontraba lejos de su hogar, en Jerusalén.
Ser el
elegido para cargar la cruz de Cristo Jesús y estar así íntimamente ligado al
Profeta no es obra de la casualidad, ni es decisión humana, sino que es fruto
de un llamado. (Tanto Jung como Hillman enfatizan la importancia del llamado a
la vocación. Es importante atender ese llamado, ya que gracias a su aceptación
es como nuestra vida puede transformarse de un destino incierto y trágico a uno
con sentido y significado).
Simón estaba
en libertad de aceptar o negarse. Jesús no es una fuerza que se imponga. A
Simón simplemente le mostró Su necesidad e incapacidad de sufrir el dolor sólo
y llevar su propio suplicio. Los soldados no fueron más que un instrumento.
¡Qué misterio! En la debilidad de Dios, se encontraba la fuerza de un hombre. [Es
lo que Jung menciona acerca de la necesidad que tiene el Sí mismo de
manifestarse a través de lo humano, de que Dio necesita humanizarse, de entrar
en nuestra consciencia humana. En contraste con esta propuesta de Jung, muchos
tienen la idea de que es lo humano lo que entra a un aspecto divino, pero identificarnos
con lo divino sólo nos lleva a la hybris, donde perdemos el sentido de nuestra
tarea: la concienciación de lo divino en lo humano.
Nadie puede
decir que comprende a alguien si no lo ha ayudado a llevar su cruz. Sólo el que
ha cargado bajo sus hombros el sufrimiento y la necesidad de otro puede decir
que lo comprende. Conocer el dolor de un ser humano es amarlo. Así fue como
Simón conoció al Nazareno. No a través de sus milagros, ni por sus enseñanzas pues
no era uno de sus discípulos. Lo conoció cargando la cruz. Cargó bajo sus
hombros su sufrimiento, su dolor. Amigaron camino al Calvario. Escuchó sus
últimas palabras y sus suspiros. El contacto con el dolor lo obligó a dejar de
pensar en sí mismo y, sin saber bien cómo, su naturaleza humana y la divina
quedaron unidas y lo hicieron, de nuevo, capaz de amar. Su egoísmo pudo ser
superado, permitiendo que se desbordara en su interior un río insospechado de compasión. (Es interesante la palabra compasión, pues implica acompañar a otro en su
pasión, en su sufrimiento, en su pathos).
Nunca antes
había experimentado tal sensación. Ni había sentido tanto amor... por lo que
con el corazón inflamado, se entregó en cuerpo y alma a su misión: cargar el
madero. A su vez, Jesús sabía quién era Simón. Tenía un perfil especial. Era
poseedor de grandes riquezas y enormes miserias. Se sabía egoísta y soberbio.
Era un ser con muchos contactos y ninguna comunión, pues en sus relaciones con
los demás existía un enorme abismo. Por eso fue elegido, para darle la
oportunidad de pasar del egoísmo al amor. (Es de hacer notar la necesidad del
vínculo, la comunión con los demás, para poder tener la experiencia del amor.
Amar es salir de nuestro egoísmo, tener esa capacidad de compartirnos y recibir
al otro que se comparte con nosotros. Pareciera una experiencia fácil, pero es
muy compleja porque se necesita una comprensión de nosotros y del otro: Jesús
sabe quién es Simón y Simón tiene que aprender quién es Jesús).
Por
supuesto, Simón supo que cargar con La Cruz era un trabajo que sólo pertenece a
Dios; no es una función humana, sino divina. Es lo que Él hace con nosotros
cuando se lo pedimos en el momento en que elevamos una plegaria y Él nos
responde “haciendo nuestro yugo suave y nuestra carga ligera”. En este evento,
Dios compartió su deber con Simón y le ofreció la dicha de servir. Le dio el don
de dar. Quería que Simón fuera capaz no sólo de recibir, sino también de dar, y
le mostró así el camino de la felicidad. (Aquí la autora resalta el componente:
dar y recibir. Para ser realmente agradecido y/o generoso, tenemos que aprender
a dar y recibir, estar en verdad vinculados con nosotros mismos y con el otro).
Cargando la
Cruz y al recorrer la vía dolorosa, Simón no sólo conoció el dolor de Jesús,
sino también la fuente de su gozo y de su felicidad. Jesús sufría pero al mismo
tiempo su muerte era donación, era eucaristía. Dos sentimientos opuestos
encontrados en un solo camino. [Esta es la paradoja en nuestra vida: los
opuestos. Aquí está contenido en Jesucristo como chivo expiatorio y redentor,
el que sufría y el que ayudaría a los demás... cargar con la culpa y la
responsabilidad de los demás para transformarlos.
Pienso en
Simón cuando leo el pasaje de la mujer despreciable de Samaria que estaba junto
al pozo de Jacob. El Evangelista San Juan nos dice que Jesús estaba fatigado del
camino y se sentó junto a un pozo. Cuando llega esta mujer a sacar agua y Jesús
le dice: “Dame de beber”. Ella le responde: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides
de beber a mí, que soy una mujer samaritana? Jesús le respondió: “Si conocieras
el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido
a Él, y Él te habría dado agua viva”. Jesús le pide un favor a aquella mujer,
aunque es para luego darle. (Este es uno de los señalamientos que nos hace Jung
acerca de que el Sí mismo primero nos pide para luego regalarnos, no para
quitarnos, aunque en su momento no lo entendamos y reneguemos). En nuestro
caso, Jesús le pide a Simón que lo ayude con su cruz y cuando él protesta y pregunta:
¿por qué yo? Jesús responde: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te
pide que lleves Su Cruz, tú se lo pedirías a Él, y Él llevaría la tuya.” Jesús
pide ayuda a Simón, para luego alzarlo a otro nivel de conciencia.
Se desconoce
si Simón cargó correctamente la cruz. Tal vez protestó todo el camino. Probablemente
no pronunció palabras de aliento o de consuelo mientras caminaba... seguramente
no estuvo consciente de la trascendencia de su labor. Pero aún así, en medio de
su confusión, realizó su encomienda y por aquella acción, por aquella labor,
Dios lo recompensaría con la inmortalidad. (Desde mi percepción, la inmortalidad aquí
señalada es la trascendencia de la pequeñez humana, de perder los yoismos a
favor del Sí mismo, de entender el significado de una existencia más allá de
nuestro yo).
(Yo, Simón” ©, por María Cristina Barón Gavito. Editorial
Fata Morgana, S.A. de C.V. Virgilio 7 Depto. 12 Col. Polanco. México D.F. C.P
11560.
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