Entre la ética de la conveniencia y la ética del temor
Decir la verdad por temor, ser honesto por temor, ser
puntual por temor, en realidad no son cualidades ni virtudes, sino el disfraz
de una conducta que, si bien busca la aprobación social, en realidad el propio
sujeto queda inmerso en variadas formas de apariencia e hipocresía. Así, cuando
alguien no roba por temor, deja intacto el pensamiento de robo en su conciencia
y mantiene vivo el impulso al robo, ya que frena una conducta que seguramente
surgiría como deshonesta si desaparecieran las circunstancias del control
social.
A diferencia de ciertos casos en que la conducta del
sujeto es inducida por un temor invencible que le impide un proceder autónomo y
deliberado, los casos que nos ocupan se relacionan con el temor vencible, que
es posible de ser advertido y superado. Respecto de este último, podríamos
enumerar una serie de comportamientos conscientes afectados por la apariencia:
- Quien es fiel o leal por temor, no significa que no sea infiel o desleal, pues deja intactas la infidelidad y la deslealtad dentro de sí mediante la apariencia de una conducta honesta hacia su pareja, amigos o confidentes.
- Quien no habla en público por temor, a pesar del manto de prudencia con que aparece ante los demás, tiene el pensamiento bloqueado e interferido acerca de lo que podría decir, ostentando así una falsa conducta prudente o mesurada.
- Quien tolera a los demás por temor a su descalificación, no es tolerante, ya que deja vivo los pensamientos de rechazo y rigidez en su fuero interno.
- Quien aparece respetuoso y amable por temor a quedar aislado del círculo que frecuenta, seguramente alberga dentro de sí la búsqueda de una conveniencia utilitaria que, sin el temor a los demás, quedaría de manifiesto.
- Quien es generoso y ayuda a otros buscando el propio interés, carece de una cualidad moral que disfraza con recursos visibles para conseguir aprobación o lograr beneficios.
El temor configura un bloqueo y condicionamiento
mental que origina confusiones a veces inadvertidas por el propio sujeto, al
punto de inducirlo permanentemente a expresar ficticiamente comportamientos
positivos u honestos que no son tales. Estas conductas aparentes tienden a
evitar, por razones de mera conveniencia, la ejecución de acciones de tinte
negativo que, en otras circunstancias, se llevarían a cabo. Ello constituye una
aberración cognitiva que conduce a la incoherencia entre el pensar y el
hacer.
En el campo de la conducta habitual, el temor actúa
como una fuerza que suprime la actuación espontánea, autónoma y sensible del
sujeto ante circunstancias en que le resulta útil y oportuno adoptar alguna
forma aparente de comportamiento. En este terreno impregnado por lo falso y
espurrio, la simulación de valores y cualidades se lleva a cabo a través del
despliegue ficticio de acciones aparentemente positivas.
Desde un enfoque cognitivo-pedagógico, podemos
observar que, aunque determinadas deficiencias no se manifiesten ni expresen en
la conducta externa, las mismas permanecen intactas y forman parte de la vida
del sujeto. Este proceso simulatorio termina por colocar a quien lo practica en
el oscuro rincón de la doble moral y afectar su coherencia personal. La
cultura y la ética emanadas de una visión excesivamente pragmatista, valoran y
consideran aceptables los resultados útiles de la conducta en sí,
independientemente del pensamiento y la conciencia del sujeto. Para este
paradigma, tanto el temor como, en menor medida, la conveniencia (o quizás, en
algunos casos, el temor disfrazado de conveniencia y oportunismo) se comportan
como factores que terminan por aislar la dimensión de la conducta externa y la
dimensión interna de la conciencia. Aquí se observa cómo la conducta
aparentemente honesta enmascara al pensamiento deshonesto.
Así como al no robar por temor, el sujeto deja el
pensamiento de robo intacto, ser honesto para agradar a otro no permite
construir en lo interno la honestidad y las cualidades y valores que
externamente aparecen en una conducta aparentemente honesta esgrimida
ficticiamente por aquél. Al faltar la íntima convicción de lo honesto, la
apariencia sustituye la conciencia individual y se comporta como la máscara que
oculta el vacío de una cualidad que no se posee. Por razones que guardan
afinidad con el desarrollo y la coherencia personal, podríamos decir que la
ética del temor se convierte en aliada de la ética de la conveniencia. Y ambas
se sostienen con una ética de la costumbre, aceptada y practicada por una sociedad
que da por válido y no cuestiona el ejercicio de cualidades transformadas en
hábitos mecánicos cuyo origen no reconoce a la conciencia ni coloca a la íntima
convicción como elemento ético central de la vida humana.
Dr. Augusto
Barcaglioni
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