La
creación del “Yachay” en la provincia ecuatoriana de Imbabura nos ha parecido
algo sensacional, fuera de serie, inédito e inesperado. Significa que el
Ecuador pretende por lo menos desde el año 20 convertirse en una potencia del
conocimiento con jóvenes ecuatorianos y extranjeros. Eso significa también que
la escuela primaria y secundaria debe constituirse en algo fuera de serie,
diferente en la historia del país, por primera vez y a costa y responsabilidad del
Estado. La Universidad quiere ser de primera categoría, pero, como dice Chomnsky,
no para todos, porque no es posible, sino sólo para mentes excepcionales y
privilegiadas que quieran enrumbarse en el camino de la sabiduría para que
aspiren a un Prometeo y al “Yachay”, escuela de sabios. Maestrías auténticas y
de alto valor profesional en todas las ramas, conducirían a la sociedad a una
superación incuestionable a nivel internacional.
El
“Yachay” sería una escuela de máximo nivel para los mejores objetivos: explotar
nuestros bienes naturales con el mayor cuidado, sin dar lugar a que empresas
extranjeras realicen su labor depredadora, sin consideración de ninguna clase y
sólo pensando en sus propios intereses por ser dueños de la tecnología. Ahora
con el “Yachay” se ejecutaría la producción nacional de materia prima
encontrada en suelo patrio para convertirla mediante alta tecnología en
productos que hoy por hoy nos llegan de países como China, Japón, EEUU, Brasil,
Inglaterra, Francia, Alemania y otros. Pero, de todo ese futuro promisorio
quedan dudas. Por ejemplo, nos hemos planteado la incógnita de qué pasaría si
estos megaproyectos educativos no se los establece como política de Estado,
para que nadie que venga en el futuro inmediato y mediato, por cualquier
motivo, quiera cambiarlo todo. En segundo lugar, nos preguntamos si por lo
menos en el año 20, o si se puede antes, el país estará en condiciones de
evaluar los resultados y los cambios sociales que de hecho se esperan y que
deberían mostrarse, puesto que ese fin es, en último término, el fundamento del
“Yachay”.
Hasta
este punto existe un gran optimismo y alto grado de posibilidades de que suceda
un verdadero cambio en Ecuador y por primera vez en la historia de los países
del tercer mundo. Pero eso no es todo.
Mario
Arsenal, investigador de temas profundos, hace un análisis de la obra de
Francois Flahault, “El crepúsculo de Prometeo”, en la que se realiza una “aproximación
a la historia de le desmesura humana…” Es una visión de la sociedad occidental
y su empeño de lanzarse hacia una insaciable autodestrucción, según dice el
investigador. Arsenal expresa: “Todos llevamos un Prometeo dentro. Todas las
sociedades anhelan el ideal del primogénito de los titanes”. Considera que es “un
paradigma de ilusión y esperanza”. Prometeo es eso, robar el fuego a los dioses
para entregarlo a los hombres, el fuego de la sabiduría y el conocimiento, al
tiempo que introducir en occidente por primera vez a la mujer como compañera
del hombre. Prometeo en el mito arriesga su vida para ceder el fuego a los
hombres y el precio es caro, a los hombres “les estaba vedado por castigo
divino, fue el primero en trazar el camino al progreso y ponerlo a disposición
de los pobres mortales”. Algo similar lo hizo Cristo, que quería redimir,
presuponiendo el pecado, para conducir a los hombres a la salvación. En cambio
Prometeo no pretende redimir, ya que no existe pecado en los hombres. “Regala
el fuego a los humanos para que tengan la alternativa de inventar nuevas
tecnologías para mejorar la calidad de vida, la independencia y el
autoabastecimiento”.
Pero,
¿qué existe bajo todo este gran ideal? Francois Flahault en su “Crepúsculo de
Prometeo: Contribución a una historia de la desmesura humana”, recuerda la
catástrofe nuclear de Chernóbil, en donde con la pretensión de dominar al átomo
se ha causado un horror. Una catástrofe con un precedente peor, los bombardeos
de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, causando miles de víctimas
inocentes. Otro tema que refiere Arsenal es “el extraordinario desarrollo de
las sociedades modernas y su insaciable sed de energías que muestran su
tendencia a la autodestrucción”. Y asoma la Ecología, que pasa del estudio de
los seres vivos (Biología) al del entorno en que esos seres viven. Flahault
plantea que existe una contradicción entre Prometeo y la Ecología: Mientras la
Ecología propugna “una existencia armónica, equilibrada y sostenible”, Prometeo
“arrastra al frenesí técnico acentuando su carácter industrial, tecnológico, en
definitiva, capitalista”. No obstante, anota, “su cara oculta revela la
libertad, el progreso, la emancipación, la modernidad”. Pero anota Arsenal, “el
aumento de producción y el aumento de consumo, no explican cuál es la conexión
entre ambos contrincantes” (el Prometeo y el Capitalismo).
Finalmente,
el analista recuerda las palabras de Montesquieu: “El hombre tiende al abuso
del poder. Avanza hasta que encuentra límites”. Es decir, concluye que en el
momento que es posible abusar, abusa, porque una fuerza sólo se limita cuando
halla otra fuerza que lo obliga a hacerlo, es decir una resistencia. Quedamos
en un dilema, diría en un callejón sin salida. Después de un prometedor “Yachay”,
de la promesa de un futuro brillante y feliz, queda la duda de que el fuego de
los dioses no lo podrán manejar los hombres.
César Pinos Espinoza
No hay comentarios:
Publicar un comentario