La
vida transcurría sin novedades en el pueblo. El peligro de agresión peruana se
olía. Creo que eso no afectaba mucho en esa paz casi campesina a las personas mayores
de sesenta años, pero, por la idea de que todos debían ayudar a la defensa de
la Patria, se alteraba el bienestar. Las enfermedades naturales, como siempre
causaban estragos en la salud de los habitantes, pero claro, el estrés, menos
que ahora, las complicaba, aparte de la pobreza, la búsqueda constante de
trabajo y las pequeñas preocupaciones diarias.
Para
1980 la Medicina había avanzado notablemente, pero no tanto como para curar
ciertos males producidos por la mala alimentación. Deliciosas comidas como los
derivados de la carne de cerdo eran entonces, supongo que también hoy, una arma
de doble filo. Podían generar enfermedades como la cisticercosis, causando
inclusive la muerte. Pero esa razón, sumada a otras, como la falta de afectividad,
el abandono y el sufrimiento diario por la lejanía de los seres queridos,
dieron lugar a que Juan, un hombre honrado, responsable y trabajador acortara
su vida, justo en los mejores momentos destinados al descanso y la estrecha
relación familiar. Esa suma, lo llevo a la tumba a los 63 años.
El
deceso de Juan se produjo el 26 de junio
de 1984. Viajó al más allá pero no del todo. Apareció a los días por una
o dos ocasiones ante su esposa Elena. A ella no le causó impacto, pero le pidió
terminantemente que se fuera. ¡Ya no vuelva, vaya a donde debe estar!, le dijo.
Pasaron
los días y desde entonces no ha vuelto. Sin embargo, su hijo cuenta que acude
muy a menudo a sus sueños: En el pueblo aparece joven y alegre. A veces lo
busca y no lo encuentra. Camina por cerca de la casa en donde vivía y no asoma,
solo luces tenues y soledad. Los sueños siempre concluyen a la madrugada, a
veces con lágrimas; entonces afloran los recuerdos buenos y malos de la niñez y
juventud: Juan le enseña a conducir una bicicleta vieja que le ha comprado con
mucha ilusión, regalo inolvidable, un tesoro. Viene a la mente cuando niño
esperándolo cada domingo en la noche que llega del pueblo a la ciudad trayendo
alimentos, frutas, un poquito de dinero, y también el penoso momento de su
retorno los martes en la madrugada. ¡Que no iba a ser agradable la media tarde!
cuando los cinco hermanos recibían una moneda para un pan y un guineo; la
alegría y el suspenso de los regalos del Día de Navidad; los pequeños obsequios
traídos desde Quito alguna vez de un viaje; el emocionante momento de vestirse
un pantalón nuevo para el desfile de la escuela en la fiesta del pueblo; aunque
también el celo y la defensa enérgica por la agresión de otro niño; los paseos
al campo con amigos y familiares; un reclamo al hijo por un accidente de hace
años atrás por no haberlo contado; las manifestaciones de desilusión por los
primeros brotes de rebeldía del joven; las lágrimas al dejarlo en un lejano
lugar para sus inicios de maestro de escuela; la alegría al conocer a la joven
esposa, a quien dice “señora” y el matrimonio en una iglesia de un lugar lejano…
Recuerdos…recuerdos,
sueños…sueños. Tiempo transcurrido de décadas, rápido, muy rápido, sin
oportunidad -como actor en un drama de teatro, ni para corregir los errores.
Solo sueños hoy y perdón por las heridas causadas. Juan retorna al mundo
onírico para prolongar su historia de eternidad. Hay evidente perdón, sonrisas
y bondad desde donde el tiempo no cuenta, desde donde no hay pasado ni presente.
César Pinos Espinoza
cesarpinose@hotmail.com
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