El Libertador y su ejército en el paso por los páramos de Pisba. |
Con oportunidad del
recordatorio de los 230 años del Natalicio de Bolívar, y de modo coincidente
ese miércoles 24 de julio, cuando la prensa ecuatoriana daba a conocer el caso
de la liberación de un cóndor andino en las montañas de nuestro nororiente, nos
vino a la mente escribir sobre el hecho precioso de la libertad, derecho al que
también se acogen los hijos que en un momento dado de la vida emprenden el
vuelo a veces sin destino desde su hogar natal hacia el espacio infinito y
desconocido de su propio mundo, a veces para volver pasados los años y otras
para no retornar jamás.
El Libertador Simón Bolívar
y los suyos lucharon por más de quince años en una guerra sin cuartel, desigual
y sangrienta contra los amos de la “ibérica audacia”, en un mar de sufrimientos
y esfuerzos no suficientemente estudiados ni divulgados. Una pintura de Francisco
Cano, que data de 1922 y muestra el paso del ejército libertador por los
páramos de Pisba para pelear en las batallas de Pantano de Vargas y el Puente
de Boyacá, rebela en los combatientes su espíritu a toda prueba y ese, uno de
los heroicos momentos de la gesta libertaria con el objetivo de lograr la tan
ansiada emancipación americana. Con Boyacá, Carabobo, Pichincha, Junín y
Ayacucho, momentos bélicos que ensangrentaron a la América india, negra y
mestiza, se cubrieron de gloria los héroes, muchos de los cuales no vivieron
para contarlo, pero que desgraciadamente al final, se disputaron los desechos y
se repartieron los harapos de esa tierra, empujados por ambiciones personales.
La libertad americana llegó pero no la paz, como que ese codiciado tesoro no
resultó más que un ideal, que cuando apareció, se esfumó inmediatamente.
El cóndor que en nuestro
sagrado Escudo Nacional significa la fuerza y la libertad, en realidad un ave
destinada para un vuelo libre y soberano en los Andes, poco a poco encuentra
que su ámbito, se limita, se contrae, se invade, y por tanto, su existencia se
pone en serio peligro. Amar su libertad es amar la libertad de los seres
humanos, de los hijos, que por experimentar esa felicidad y su capacidad de
lograrla, deberán afrontar regularmente muy difíciles momentos de soledad,
miedo y desesperación, del mismo modo que debió haber ocurrido con nuestros
héroes en los días de la guerra libertaria.
Los ideales del Libertador,
nacidos de una conciencia y voluntad superior, resultan similares al instinto
del cóndor que pide libertad para su propio vuelo, hacia su propio mundo; y
similar al destino de los hijos que deciden también levantar su vuelo, porque
así tiene que ser, porque persiguen el anhelado momento de probar sus fuerzas,
quizás hacia lo más difícil e inaccesible. A veces en ese intento, caen, pero
también logran su sueño, que después de todo, no es más que eso, un sueño de
libertad.
César
Pinos Espinoza
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