Tomado
de El Asombrario & Co.
Un
extraordinario libro, 'Moby
Dick traslada la mítica aventura a la época actual y convierte
la suicida paranoia por cazar la ballena blanca en metáfora de nuestra demencial forma de entender la
ecología y de manejar el poder hoy día. Símbolo de un viaje,
vigente como nunca, hacia
el abismo definitivo.
La
lectura de esa película y la de Moby Dick, en clave ecológica, tienen
mucho que ver, discurren por caminos próximos que convergen constantemente.
"La persistente sordera del capitán Ahab de nuestros días es paralela a su
ceguera de alma y, por más que le reprochemos algunos la incansable cacería del
gran cachalote blanco, continúa imperturbable dirigiendo su barco con mano de
hierro hasta lo más profundo del océano que surca y del que se considera amo,
dueño y señor".
"Percibimos
entonces con claridad que la vida de los que viajan en el Pequod no vale gran
cosa en opinión de los que se encuentran al mando y que la tripulación es
plenamente consciente de ello. La total ausencia de empatía del capitán Ahab
hacia sus semejantes se puede observar ampliamente en las decisiones que va
tomando a lo largo de todo el relato. Solo quiere satisfacer su propio
proyecto, y para ello está dispuesto a sacrificar a todo y a todos los que,
paradójicamente, colaboran en su consecución". ¿Os suena esto si cambiamos
protagonistas y colocamos a los actuales poderes políticos y económicos; si
como barco ponemos el capitalismo radical que ha decidido sodomizarnos a
nosotros y al planeta?
"Estos
nuevos capitanes Ahab que nos dirigen (que son pocos aunque utilicen a muchos
para sus singladuras) tienen la delicadeza de no firmar con su nombre y se
esconden bajo la máscara de epítetos como el de los mercados, sufriendo
un tipo de invalidez que va mucho mas allá de lo físico y que alcanza lo
espiritual. Son capaces de sumir en el hambre a 1.000 millones de personas al
multiplicar por dos el precio de los cereales en la bolsa de Chicago (con
notables beneficios para sus cuentas corrientes en los paraísos
fiscales), de destruir el tejido económico occidental llevándose todo el
aparato productivo a Oriente, de reventar el sistema financiero
generando burbujas para transformar el precio de las cosas utilizando
para ello sobre todo las necesidades más perentorias de la gente (por ejemplo,
la vivienda, la educación o la sanidad).
Solo
se nos ocurre decir que a su lado el capitán Ahab presentaba una cierta nobleza
o gallardía de carácter". "Compran futuros, pero en realidad
lo que quieren es encadenarnos a un determinado tipo de futuro, que no
es sino el de su propia locura e inanidad. En su nihilismo ciego intentan
hacernos creer que su visión es la única posible y que no cabe ninguna otra que
pueda dar un poco de esperanza a los 7.000 millones de seres humanos que
abarrotan este sufrido planeta".
Herman
Melville no tuvo suerte; público y crítica le dieron la espalda, no entendieron
su visión escéptica del triunfante individualismo, su pesimismo frente a los
gloriosos Estados Unidos. Escribe Muñoz Molina: "Se pasó muchos años
trabajando en una lúgubre oficina de las aduanas de Nueva York, cuando ya se
había resignado al fracaso contumaz de cada libro que publicaba". Entre
sus amarguras, imaginamos (sigue el escritor): "la indiferencia del
público y la hostilidad y el sarcasmo de los críticos; la claudicación final,
cuando ya hasta dejó de buscar editores y se pagó él mismo lo poco que
publicaba".
"En
el recorrido de Melville por los océanos del mundo vio muchas cosas y entre
ellas fue testigo de rebeliones a bordo, participando incluso en alguna de
ellas. No siempre la tripulación aguanta la soberbia como argumento y la escala
de mando como el único elemento de juicio a la hora de tomar las
decisiones".
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